domingo, 13 de junio de 2010

San Antonio de Padova

Hasta el año pasado, mi santo era San Antonio de Padua. Después de pasar tres meses que no olvidaré nunca allí Padua sólo puede ser Padova.

Mi nombre, como todo en mi vida, tiene una historia curiosa detrás. Mi padre es viudo y su primera mujer murió por problemas de corazón. Se llamaba Antonia. Así que cuando yo al fin vi la luz un 31 de marzo de 1985 (tres días después de que mi madre se pusiese de parto) no tenía más remedio que llamarme Antonia (o Antonio en el caso de que fuese un niño, cosa que, evidentemente no sucedió). Así que mi nombre está profundamente ligado a mi historia familiar y yo me siento enormemente orgullosa de llamarme así.

Cuando era pequeña no me gustaba mucho. Odiaba lo de "Toñi" o peor aún lo de "Antoñita". Un día, en segundo de primaria, hicimos un ejercicio de ordenarnos por orden alfabético. En mi fila había un Antonio, como la profe me llamaba "Antoñita" pues me tocó ser la segunda. Aquello me jodió tanto que decidí que nada de diminutivos. En mi pueblo sigo siendo "la Toñi", fuera soy Antonia. Son dos personas completamente distintas, cabe destacar. Prefiero a Antonia, pero poco a poco me voy reconciliando con "la Toñi".

El año pasado, en mitad de una tormenta sentimental de gran calibre (una historia novelesca de traiciones y demás, muy típica, por otra parte) me condecieron una beca Leonardo a Padova, el lugar de mi santo (aunque allí descubrí que se llamaba Fernando y era de Lisboa). Desde el principio supe que yo iba a Padova por alguna razón. Que aquella coincidencia tenía que ser por algo. Cuando descubrí el porqué fue bastante duro. Una de esas experiencias tras las que no vuelves a ser el mismo. Y, sin embargo, pese a aquello, Padova ha sido uno de los lugares en los que más feliz he sido. Gran parte del mérito es de mis amigos italianos (y mis españolitos italianizados)que llegaron, por casualidad, para quedarse. Compartimos momentos muy divertidos (incluido el de la chincheta en mi pie desnudo el día del estreno)y estuvieron ahí en un momento muy difícil. En tres meses llegaron a ser parte imprescindible de mí y los echo mucho de menos.

Padova es además un lugar precioso y mágico para un amante del arte como yo. ¡El Gatamelata está allí! Y la Capilla Scrovegni (pintada por el Giotto) es la cosa más emocionante que han visto mis ojos (junto con los mosaicos de San Vital de Ravenna -también dejó de ser Rávena-). Viendo esos frescos, siempre pensaba: soy una afortunada, pese a todo lo malo que pueda haber en mi vida, tengo el privilegio de estar aquí y contemplar esta maravilla.

Así que el 13 de junio de 2009, Antonia Ceballos, la niña tímida de las gafitas que leía los libros que le prestaba su hermana en la mecedora de su casa, estaba en la ciudad en la que vivió su santo. Este año no voy a poder ir a la misa en la Basílica del Santo, ni voy a poder pasear por Prato della Valle (la mejor plaza del mundo), ni tomarme un spritz con mis amigos en Piazza dell'Erbe. Pero todo lo que viví allí (lo buenísimo y lo malísimo) está en mi corazón de manera indeleble y estoy orgullosa de haberlo vivido.


Patio de la Basílica del Santo


Basílica del Santo


La misa del 13 de junio del año pasado.


Prato della Valle


Prato della Valle






Os amo









1 comentario:

  1. Histoira preciosa y muy bien contada.
    FELICIDADES ANTONIA POR SE TU DÍA.

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