sábado, 16 de enero de 2010

Stará L'ubovña F.C.

La verdad es que no sé si el equipo local se llama así, pero debe ser algo parecido. Sea como fuere, servidora ha estado en el corazón del mismo. Ella solita, mujer, más partidaria del mens que del corpore, rodeada de hombres, más partidarios del corpore que del mens. Me explico.
Todo empezó el día del teatro. La directora del centro en el que trabajo me dijo: “ty hovoris po francusky?” (¿hablas francés?) y yo: áno (sí). Ea, pues mañana te toca hacer de interprete con un futbolista camerunés que viene a Stará L’ubovña. Yuju, pensé. No por el futbolista, claro (años de sufrimiento en forma de clases de educación física hicieron mella en mí y odio cualquier cosa relacionada con el deporte; especialmente con el fútbol), sino por lo de hablar francés. Nunca sabré si a principios del XIX hubiera estado del lado de los franceses o, a lo Lola la Piconera, colaborando con la guerra de guerrillas; pero lo que sí es verdad es que adoro todo lo que tenga que ver con Francia. El idioma me parece bellísimo. La comida me vuelve loca. La idiosincrasia francesa (con sus revoluciones, sus comunas, sus mayos y sus huelgas) me encanta. De adolescente me enamoré de Simone de Beauvoir (ahí estaba la tía con 16 años leyendo El segundo sexo –al igual que a Marjane Satrapi me impresionaron las teorías de Beauvoir acerca de orinar de pie) y durante la carrera leí el “A puerta cerrada” de Sartre casi con admiración religiosa. Además de que si uno no conoce las letras de Brassens o los poemas de Baudelaire no sabe lo que es la poesía. Podría seguir eternamente porque hay millones de cosas de origen francés que me hacen ser inmensamente feliz; pero no es el tema que nos ocupa.
Decía que adoro el francés y la posibilidad de poder usar esta lengua siempre me pone muy contenta. A la mañana siguiente, me dice la jefa: nos vemos a las 3 y media en el centro para lo del futbolista camerunés. A las 3 menos diez me llaman: ¿dónde estás?, en casa, ¿y el futbolista?, y yo pensando: ¡si me habíais dicho a y media!, te recogen en un coche. Vístete corre que te corre. Baja. El coche que llega: ahoj, ahoj. Me monto en el coche. No sé muy bien ni dónde voy ni qué tengo que hacer. Vamos dirección a la estación de autobuses y pienso: no serán tan cutres de haber mandado al camerunés en autobús. Pero no. Resulta que tienen una residencia o algo parecido en frente de la estación. Me bajo. Se baja el camerunés de un Hyundai tapizadito y todo que conduce un tipo a lo Jesús Gil, pero no tan gordo. Vamos para dentro. Y allí estoy yo: que de eslovaco más bien poco y el francés sigue en mi cerebro, pero un pelín escondidillo. Total que empiezan todos a hablarme en eslovaco muy rápido, yo con la cara de qué me estáis contando. El camerunés que me mira. Yo que intento hablarle, pero me sale de todo menos francés. Qué tensión. Bajamos a los vestuarios: ¡me echan de allí! ¿Qué cojones hago yo aquí entonces? Suben, yo con ellos, ya no sé dónde puedo entrar ni dónde no. Las cuatro. A las cuatro y media hay entrenamiento (¡si al pobre no le ha dado tiempo ni de llegar!). Empiezan a llegar los futbolistas. Vámonos para el vestuario. Môzem? (¿Puedo?). Áno. Y allí estoy yo.
El vestuario del club de fútbol local. La mitad del equipo, el entrenador (un tipo con cara de pocos amigos), el gerente (con una cara de topito amigable muy graciosa), el dueño del equipo (el tipo del Hyundai a lo Jesús Gil, pero en menos gordo), el camerunés y yo. Siguen hablándome como si yo llevara en Eslovaquia toda la vida. Yo sigo mirando con cara mitad de estupefacción, mitad de estrés. Testosterona por doquier. Dos mundos que se odian juntos. Todo para al final darme cuenta de que he sido más bien poco útil y de que el mundo puramente masculino me produce una mezcla de miedo, pena y rabia. También pienso que el mundo puramente femenino y el puramente masculino están destinados a no entenderse.
El equipo se marcha a entrenar. Y yo vuelvo al centro. Doy una clase de inglés. Vuelvo a casa. Hablo con mis compañeros. Me pongo a trabajar un poco en un artículo. Y recuerdo la anécdota con un poco de desazón. Estar fuera de juego es lo que tiene.

2 comentarios:

  1. Hola!

    ¡Cuanto tiempo sin saber de ti! Yo te hacia por Italia y resulta que andas es Eslovaquia :D
    No se si te acordarás de mi. Soy Isa. La amiga de María.
    Por mostrar otra cara del fútbol: a mi me ayudo a hacer muchos amigos en Turquía... pues al principio las únicas palabras que entendía con muchos amigos de aqui eran los nombres de los jugadores hehe

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Al menos contaron contigo. ¡Ya saldrá algo más productivo! Un beso.

    Miguel L.

    ResponderEliminar