lunes, 15 de febrero de 2010

Karnevale na l’ade




Las tardes de domingo son para la nostalgia. Son tardes de sofá, manta y llorar viendo una película romántica (sobre todo si se trata de la dichosa tarde de domingo del dichoso día de los enamorados y a ti te pilla sin partenaire y pensando en todos los ramos de rosas que nunca recibiste). Pero hay veces en las que cambiar el guión viene bien.
Así que ayer cambié la nostalgia por una alegría sincera, infinita. El centro en el que trabajo organizó una fiesta de carnaval ¡sobre hielo! Al principio, insegura y cascarrabias como soy, la idea no me agradaba mucho. La tarde del domingo, con el trabajo que tengo pendiente, el día de los enamorados, que no me apetece ver a nadie, sobre hielo, con lo torpe que soy, ¡qué fastidio!
A las 11 y media me tomé una sopa y, ala, al carnaval. Estuve dudando acerca de si ponerme o no los patines. Pero al final pudo mi instinto curioso. Me los puse, empecé a dar los primeros pasos con ayuda y poco a poco me fui soltando. Et voilà! Para ser la primera vez no lo hice nada mal. ¡No me caí ni una sola vez! Aunque faltó muy poco en más de una ocasión. Y a medida que “progresaba” con los patines me sentía más y más contenta.
Luego empezaron a llegar los niños con sus disfraces. Aquello tenía sabor del carnaval de siempre. Trajes hechos con cartón, fregonas, trapos viejos, bolsas de basura, ¡cualquier cosa vale! Entonces recordé cuando la gente en lugar de comprar sofisticados disfraces cogía un par de sábanas viejas, las pintarrajeaban y se dedicaban (de dos en dos) a asustar a los lugareños (de mi pueblo, claro, estoy hablando de recuerdos antiguos). Y de mi disfraz de reloj hecho con dos cartones, o el de manzanita que me cosió mi madre sin hueco para los brazos y con el que tuve que estar toda la cabalgata con los brazos dentro (hace poco, recordé este suceso, y ella alegó que eran instrucciones de la maestra; pero a mí no me engaña, que yo era la única sin brazos en aquel carnaval, jeje). Y los disfraces de “cíngara” que improvisaba mi hermana con una falda vieja que tenía y no usaba y que acabé heredando y usando bastante a menudo como atuendo ordinario.
Pensándolo bien, sí que consagré mi tarde a la nostalgia, pero de otro tipo. Mucho más constructiva y sanadora. Patiné, bailé y disfruté con los enanos eslovacos como si fuese una más de ellas. Y pensé que a lo mejor al mundo le queda alguna razón para la esperanza, ¿quién sabe?

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