martes, 1 de junio de 2010

Las tardes lluviosas son para...

Las tardes lluviosas son para soñar. Sentarse frente a una ventana, coger un libro cualquiera (todos ocultan un secreto maravilloso que descubrir)y viajar sin moverse de esa ventana que recorren de forma monótona las gotas de agua.
Hoy, como desde hace más de un mes, es una de esas tardes. Cielo gris y lluvia incesante. Aunque en lugar de quedarme en casa he ido a la biblioteca.
Ha sido la primera vez que visito la biblioteca de Stará L'ubovña. Comunicarse en esta lengua es complicado y disfrutar de ideas complejas, de momento, me resulta imposible.
Como siempre, he llegado antes (nadie cree que soy española cuando llego media hora antes a las citas y digo que no bebo alcohol) de la hora prevista. "Eran las cinco de la tarde" cuando empezaba la vernisage de una exposición de fotografías de una artista polaca.
Como me sobraba mucho tiempo, me he puesto a dar una vuelta por entre las estanterías. Y, de repente, he recordado que las tardes lluviosas son tardes de libros. El olor del papel viejo, gastado después de haber sido el compañero indispensable de cualquier viaje. El olor irresistible de los ejemplares nuevos que con esta delicia sensorial pretenden captar la atención de posibles lectores. Las estanterías curvadas por el peso de tanta sabiduría.
Y ejemplares de libros conocidos: una versión eslovaca (bastante reducida) de El Quijote, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Dumas, Chejov, etc (he encontrado hasta un ejemplar de un libro de Jorge Bucay). Pero hay uno que me ha ilusionado especialmente encontrar: "De qué hablamos cuando hablamos de amor", de Carver. Hay libros que tienen historias más allá de la historia que cuentan. Y ése en concreto está ligado a una de la personas más importantes de mi vida (ella sabe quién es). Recordé la magia de sus clases, su pasión por la literatura, mi iniciación a la comida japonesa, confidencias, interminables mails llenos de las reflexiones más diversas, ... Y, de repente, en una tarde lluviosa de la lejana y fría Eslovaquia, viajé a Sevilla y sentí el aliento de esa persona tan especial.

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