sábado, 5 de junio de 2010

Balada del que nunca fue a Bratislava.

Viajar suele ser una cosa fascinante. “Dinamiza la vida, el saber y la acción”, que diría Ibn Jaldún. Una aventura de la que siempre se aprende algo. Aunque a veces se puede convertir en una auténtica pesadilla.
Tengo que ir a Bratislava. En la embajada hay unos papeles que me urge firmar (una historia demasiado larga, demasiado intrincada y demasiado personal que no viene al caso). Así que después de varias idas y venidas concerté una cita para el miércoles. Llovía sin parar, pero yo tenía una cita en la embajada y mi alto sentido de la responsabilidad me impedía no acudir. Llegue a la estación, esperé a que abriesen la taquilla y entonces me dijeron que había habido un desprendimiento de tierra y que no había trenes, que a las 5 y media (de la mañana, me había levantado a las 3 y media) había un autobús. Comprobé que con el autobús no llegaba de ninguna de las maneras puntual a mi cita, así que me volví a casa y llamé a la embajada.
Me dieron una nueva cita para el viernes (es decir, para ayer). Mi despertador estaba programado a las 3 y media, pero a las 3 me despertó la fuerza inusitada de la tormenta. Llovía a mares, creo que nunca he usado esta expresión de manera más adecuada. Inútilmente albergué la esperanza de que para las 4 y media hubiera parado un poco, pero fue una esperanza vana. Cuando salí de casa, llovía de manera muy intensa y la calle estaba totalmente encharcada. Media hora después llegué a la estación totalmente empapada, incluidas las botas “anti-agua” que me había comprado al principio del invierno. Ya me secaré en el tren, pensé, es un camino largo. Cuando me acerqué a la taquilla de la estación, volví a recibir la misma información que dos días antes. Como, previendo esta eventualidad, había concertado la cita más tarde, me dirigí hacia el autobús. Cinco minutos después de la hora prevista y con inmensas dudas de si salir o no salir por parte de conductor y viajeros, el autobús salió. Cuando había recorrido 6 kilómetros o así, paró en seco, había algo que impedía la marcha, aunque no sé muy bien si era un accidente, un árbol o cualquier otra cosa. Policía, bomberos, una fila de coches impresionante. Cuando vi que no llegaba al tren y que si llegaba a Poprad tal vez no podría volver a Stará, me salí del bus y me fui andando. Más de una hora bajo una lluvia brutal, con altercados de todo tipo, camiones a punto de atropellarme incluidos. Intenté hacer autostop por primera vez en mi vida. Pese a mi aspecto lamentable, o tal vez debido a él, nadie me cogió. Se me rompió el paraguas, claro. Y cuando ya pensaba que nada podía ir peor, llegué a un punto en el que la carretera era un lago, pasó un autobús y el lago pasó de la carretera a mí en décimas de segundo. Continúe mi camino y media hora más tarde cuando bajaba las escaleras para cruzar el puente y estar seca y salva en casa, me encontré con esto:

Di una vuelta considerable y como estaba lo suficientemente empapada, crucé sin pensármelo a través de esto:

El resto del día lo pasé en casa, sin poder bajar y sin Internet. Vi “Don Erre que Erre” de mi querido Paco Martínez Soria, los tres documentales de la serie: “The Corporation. ¿Instituciones o psicópatas?” y otro documental aburridísimo sobre la bolsa, los fondos de inversión y demás. Yo sólo quería acabar aquel horrible día. Hoy, luce el sol (y el barro de la calle).

2 comentarios:

  1. Que barbaridad.
    La embajada ademas de perdonarte por no llegar, debería darte un premio

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  2. Uhlik: je to strašné, ako sa ti lepí smola na päty ...

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