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martes, 8 de junio de 2010

Después de la tormenta, ¿viene la calma?

Después de las inundaciones del viernes y de quedarnos aislados en casa y de no tener agua ni Internet durante dos días, parecía que todo volvía a la normalidad. El sábado la gente trabajó duro para reparar el estropicio. Por la tarde, ya podíamos cruzar sin tener que mojarnos los pies. Hacía un sol esplendoroso. El domingo también hizo un día estupendo, tanto que me puse manga corta sin llevar chaqueta. Ayer fue un bonito día: solecito, reunión, ejercicio y, por la noche, clases de español a la luz de una vela sentada en una terraza disfrutando del buen tiempo.
Hoy ha amanecido un día precioso. Muy cálido. La gente iba por la calle en pantalones cortos e incluso he visto a una chica que llevaba bikini. Parecía el día perfecto para nuestra gymkhana por el bosque. Todo ha empezado bien. Paseíto hasta el centro. Un poco de charla (me han regalado un abrigo precioso que además de encantarme me ha puesto muy contenta). Cargar las cosas en la furgoneta. Subir al castillo. Almuerzo en el restaurante que hay junto al castillo. Una sopa de ajo, son sus migas de pan y su queso de oveja, de entrante. Pollo picante de segundo. No puedo comer más. ¡Y a trabajar! Este es tu puesto. Tienes que controlar que los carteles estén en su sitio. Luego te escapas a hacer unas fotos.
Los niños que no vienen. Yo que busco un papel como loca. Lo encuentro y empiezo a darle forma a una de mis historias. Los primeros niños: tú (“aquí” en eslovaco). Mi historia. Algunas fotos. Y después…
El cielo se nubla y empieza a chispear. Uy, uy, uy, va a llover; pienso (como si hubiera hecho el descubrimiento del siglo). Así que decido ir a hacer fotos en los otros puntos del recorrido antes de que se desencadene la lluvia. Primero, me pierdo. Vuelvo sobre mis pasos y empiezo a ascender por entre un camino bastante enfangado y demasiado ascendente para mis kilos de más. Niños que corren. Alguna foto (no sé si alguna buena). Llego a otro punto de la gymkhana. La cosa iba de hacer nudos. Unas fotillos. Siguiente punto: orientación. Algunas fotos más (pésimas, el cielo se ha encapotado tanto que con esa luz no me sale nada). Chispea. Vuelvo al “refugio”. Y se desata la guerra, quiero decir, la tormenta.
Así que estoy yo, en mitad del bosque eslovaco, en medio de la tormenta más impresionante que he visto en mi vida. Al principio, bien. Al menos, no me ha pillado sola en medio de la nada, estoy con mi monitora, y tenemos un refugio. Lo divertido, nótese la ironía, es cuando llueve tan tan fuerte que el refugio no refugia nada y empieza a colarse el agua por todos los rincones. Y los rayos y los truenos son cada vez más intensos. Decido tomármelo con filosofía y disfrutar, aunque totalmente empapada, de lo hermoso de la lluvia y del olor del campo. Escampa un poco. Vamos hacia el refugio de los nudos, que era un poco mejor. El camino estaba empapado. Me llega el agua a media pierna. Unas risas, jiji, jaja. Escampa otro poco y nos dirigimos hacia el punto inicial de la gymkhana. Allí está la directora con el coche del Centro. Así que después de que me den mi zumito y mi dulce de jengibre por campeona, nos montamos en el coche y al fin llegamos a casa. ¡Qué maravilla estar sequita después de calarse hasta los huesos!

sábado, 5 de junio de 2010

Balada del que nunca fue a Bratislava.

Viajar suele ser una cosa fascinante. “Dinamiza la vida, el saber y la acción”, que diría Ibn Jaldún. Una aventura de la que siempre se aprende algo. Aunque a veces se puede convertir en una auténtica pesadilla.
Tengo que ir a Bratislava. En la embajada hay unos papeles que me urge firmar (una historia demasiado larga, demasiado intrincada y demasiado personal que no viene al caso). Así que después de varias idas y venidas concerté una cita para el miércoles. Llovía sin parar, pero yo tenía una cita en la embajada y mi alto sentido de la responsabilidad me impedía no acudir. Llegue a la estación, esperé a que abriesen la taquilla y entonces me dijeron que había habido un desprendimiento de tierra y que no había trenes, que a las 5 y media (de la mañana, me había levantado a las 3 y media) había un autobús. Comprobé que con el autobús no llegaba de ninguna de las maneras puntual a mi cita, así que me volví a casa y llamé a la embajada.
Me dieron una nueva cita para el viernes (es decir, para ayer). Mi despertador estaba programado a las 3 y media, pero a las 3 me despertó la fuerza inusitada de la tormenta. Llovía a mares, creo que nunca he usado esta expresión de manera más adecuada. Inútilmente albergué la esperanza de que para las 4 y media hubiera parado un poco, pero fue una esperanza vana. Cuando salí de casa, llovía de manera muy intensa y la calle estaba totalmente encharcada. Media hora después llegué a la estación totalmente empapada, incluidas las botas “anti-agua” que me había comprado al principio del invierno. Ya me secaré en el tren, pensé, es un camino largo. Cuando me acerqué a la taquilla de la estación, volví a recibir la misma información que dos días antes. Como, previendo esta eventualidad, había concertado la cita más tarde, me dirigí hacia el autobús. Cinco minutos después de la hora prevista y con inmensas dudas de si salir o no salir por parte de conductor y viajeros, el autobús salió. Cuando había recorrido 6 kilómetros o así, paró en seco, había algo que impedía la marcha, aunque no sé muy bien si era un accidente, un árbol o cualquier otra cosa. Policía, bomberos, una fila de coches impresionante. Cuando vi que no llegaba al tren y que si llegaba a Poprad tal vez no podría volver a Stará, me salí del bus y me fui andando. Más de una hora bajo una lluvia brutal, con altercados de todo tipo, camiones a punto de atropellarme incluidos. Intenté hacer autostop por primera vez en mi vida. Pese a mi aspecto lamentable, o tal vez debido a él, nadie me cogió. Se me rompió el paraguas, claro. Y cuando ya pensaba que nada podía ir peor, llegué a un punto en el que la carretera era un lago, pasó un autobús y el lago pasó de la carretera a mí en décimas de segundo. Continúe mi camino y media hora más tarde cuando bajaba las escaleras para cruzar el puente y estar seca y salva en casa, me encontré con esto:

Di una vuelta considerable y como estaba lo suficientemente empapada, crucé sin pensármelo a través de esto:

El resto del día lo pasé en casa, sin poder bajar y sin Internet. Vi “Don Erre que Erre” de mi querido Paco Martínez Soria, los tres documentales de la serie: “The Corporation. ¿Instituciones o psicópatas?” y otro documental aburridísimo sobre la bolsa, los fondos de inversión y demás. Yo sólo quería acabar aquel horrible día. Hoy, luce el sol (y el barro de la calle).