martes, 6 de julio de 2010

... y de lo humano

La primera vez que oí hablar de Sekier, me fascinó. Una casa en mitad del campo eslovaco perteneciente a una ecovilla en la que la gente sólo consume alimentos que producen ellos mismos y cada uno aporta lo que sabe a la comunidad. Hornear el pan, trabajar la lana, ordeñar las cabras, cuidar el huerto o preparar la leña para el invierno son algunas de las tareas cotidianas de los habitantes de esta casa tan particular.
La primera vez que oí hablar de Sekier fue a través de los tres voluntarios europeos que viven allí este año y con los que coincidí en los cursos de formación. Y me dije: tengo que conocer aquello.
Así que este fin de semana, aprovechando su festival anual, decidí hacer una visita. Cuatro horas de coche, una tormenta brutal y diez minutos montaña arriba después, estaba allí.
La cosa prometía. Familias muy hippies con los niños descalzos. Campamento improvisado. Percusión. Instrumentos de viento africanos que no había visto nunca. Pintura. Fotografía. Té. Un cine en un establo (la mar de fresquito, por cierto). Vegetarianos de todos los tipos. Meditación. Baile. Tienda dedicada a las actividades para los niños. Las cabras. La pobre oveja marginada. Los cachorritos. La biblioteca en un pajar. La cocina de leña. El telar. La rueca. Todo el mundo descalzo. La luna creciente. Las canciones tradicionales a la luz de la lumbre. La noche al raso. La cosa prometía y fue estupenda.
Aunque no creo que me haga microbiótica (a este grupo de vegetarianos los he descubierto este finde), no creo que encuentre un estilo de vida más armonioso. Si en algún lado está la felicidad, seguro que se parece a Sekier.






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