martes, 1 de junio de 2010

Underground

En otras ocasiones os he hablado de las condiciones en las que viven los gitanos en Eslovaquia. La situación es tan alarmante que Amnistía Internacional ha denunciado en varias ocasiones las condiciones en las que vive esta comunidad y las trabas que encuentran los niños para acceder a la educación formal (a menudo relegados a escuelas para niños con discapacidad). En España, al menos el flamenco es una vía de escape y millones de personas admiran a ilustres gitanos: Lola Flores o Camarón, son algunos ejemplos. Aquí ni siquiera tienen esa oportunidad.
La gente más normal y simpática de Eslovaquia se transforma cuando habla de los gitanos. El colega del bar, muy alternativo, de repente te dice que no son capaces de hacer nada, que no saben integrarse, etc. O descubres una mirada de asco y de desprecio en la señora superdulce con la que compartes multitud de complicidades. Yo, mea culpa, soy cobarde y callo lo que pienso de verdad.
Desde que llegué he querido acercarme a la comunidad gitana, saber cómo viven y cómo sienten ellos esta situación, pero no he sabido hacerlo. Miedos, prejuicios, no sé.
Pero en las últimas semanas he logrado un miniacercamiento que me ha hecho confirmar algunas intuiciones y aprender bastantes cosas.
En las últimas semanas, mi grupo de español de los miércoles ha sido inexistente, así que aprovechando mi tiempo libre me he colado en el “Roma club”, que es la única actividad que tiene mi centro para estos niños (que son muchos y andan bastante necesitados de cosas que los motiven). Los chavales estaban preparando un concurso (Roma Talent) de baile. Y os prometo que esos niños tienen un don. La música es algo innato en ellos. El ritmo, la improvisación. Absolutamente fascinante. Durante esas horas los he observado muchísimo y me he preguntado constantemente cómo sería ser un adolescente gitano en un medio tan hostil como este.
La adolescencia es un período muy difícil. No entiendes nada. No sabes nada y crees que lo sabes todo. Tu “yo” está en constante lucha con los “yos” ajenos. Y eso se tiene que multiplicar por mil cuando tu “yo” se inserta en una comunidad que la comunidad mayoritaria odia (o, si el verbo odiar os parece muy fuerte, desprecia). Durante esas semanas no podía dejar de mirar a esos chavales con fascinación, “y sin embargo se mueve”, que diría Galileo.
Hace un par de semanas hubo una muestra de baile en la casa de la cultura con grupos de diversas escuelas. Uno de los grupos del Roma Club también bailaba, pero les falló el CD. Yo, en esa situación, me habría puesto histérica y a llorar como una loca por lo mal que me sale todo. Ellos, hablaron con otro colega que andaba por allí, pusieron otra canción (cuyo ritmo no pegaba mucho con la coreografía que tenían preparada), hicieron lo que pudieron y bailaron con otros chavales que había por allí. Ese sentido de comunidad, de buscar soluciones, de improvisar ante las dificultades y de no achantarse por nada del mundo me pareció fascinante. Absolutamente grandioso y de un potencial estupendo, pero desgraciadamente desperdiciado.
Me fui a casa dándole vueltas a estas cosas, que aquí no puedo compartir con nadie porque la lógica del “ellos” y “nosotros” lo supera todo.
A la semana siguiente, tuvimos el Roma Talent. Fui miembro del jurado y disfruté como una enana.
Después de eso, el destino me llevó a Krupina. Teníamos una especie de día internacional, con voluntarios de distintos países. Por la tarde, cuando estábamos preparando nuestra cena internacional, llegó la directora del centro y nos invitó a ver bailar a un grupo de gitanos. Flipé. Fue algo prodigioso, una especie de revelación. De repente, me sentí protagonista en una peli de Kusturica.
Estos mismos chavales tenían una exhibición aquella misma tarde. Por supuesto, fui encantada. Mientras bailaban descubrí que uno de ellos tenía audífono. Dios, pensé, está sordo y mira cómo baila. Seguí disfrutando de aquella maravilla y me fijé en otro chaval: ¡también llevaba audífono! ¡Estos niños son geniales! ¿Cómo se puede tener ese sentido del ritmo estando sordo? Yo oigo perfectamente y no soy capaz ni de tocar las palmas.
Una vez más me quedé fascinada por las ganas de superarse de esta gente.
La noche la compartí con el profe de los niños (también gitano) y me contó que otro de los niños también está sordo, aunque no lleve audífono. No podía dar crédito.
Así que ahora preparo un reportaje sobre este grupo de baile tan estupendo. Ellos quieren ir a España. A mí me gustaría ayudarles, así que algo inventaré. Supongo que siempre hay alguien que conoce a alguien, etc.
De momento, os dejo un vídeo para que disfrutéis un poco de su arte.

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